Si el hombre no tuviese conciencia eterna; si
un poder salvaje y efervescente productor de todo, lo grandioso y lo fútil, en
el torbellino de las oscuras pasiones, no fuese el fondo de todas las cosas; si
bajo ellas se ocultase el vacío infinito que nada puede colmar, ¿qué sería la
vida sino desesperación? Y si así no fuese, si un vínculo sagrado no atase a la
humanidad; si se renovasen las generaciones así como se renueva el follaje en
los bosques; si unas tras otras fuesen extinguiéndose como el canto de los
pájaros en la selva; si cruzasen el mundo como la nave el océano, o el viento
el desierto, acto estéril y ciego; si el eterno olvido, siempre hambriento, no
se hallase con una potencia de tal fuerza que fuese capaz de arrebatarle la
presa que acecha ¡qué vanidad y qué desolación serían la vida! Pero no es este
el caso; pues Dios ha formado al héroe y
al poeta del mismo modo como creó al hombre y a la mujer. El poeta (la
mujer) no puede cumplir aquello que el héroe (el hombre) ha realizado;
únicamente puede amarlo, admirarlo y gozarse en ello. Sin embargo, no está
menos favorecido (el poeta o mujer), porque el héroe (el hombre) es por decirlo
así lo mejor de su ser, aquel de quien está prendado; y será feliz no siendo
héroe él mismo (la maldición del Edén vencida por la mujer cristiana) para que su amor esté hecho de admiración. El
poeta (la mujer) es el genio del recuerdo; no puede nada sino recordar; nada
sino admirar lo que fue cumplido; no saca nada de su propio fondo; pero del
depósito entregado a su custodia es guardián celoso (del espíritu afable y
apacible que sólo las valientes arrebatan pero que muchas mujeres en este mundo
deciden olvidar). Sigue lo que su corazón ha elegido; hallado el objeto de su
búsqueda, va de puerta en puerta a recitar sus cantos y sus discursos con el
fin de que todos participen de su admiración por el héroe (el hombre imagen de
Cristo) así como de su orgullo. Ésa es su actividad, su tarea humilde, su leal
servicio en la mansión del héroe (el hogar donde el hombre es cabeza). Si fiel
a su amor lucha día y noche contra las asechanzas del olvido ávido de
arrebatarle su héroe (aunque la mujer es fiel, enfrentará una lucha contra
Satanás que querrá arrebatarle la sujeción a su marido que es de grande estima
para Dios, el diablo quiere que la mujer se olvide de su papel), una vez
cumplida su misión (la mujer) entra en la compañía de él, que lo ama con amor
igualmente leal (el hombre debe amar a su mujer); porque también para el héroe
(el hombre) el poeta (la mujer) es lo mejor de su ser; como un débil recuerdo
seguramente, pero tan transfigurado como él.
Por eso nada será olvidado de
aquellos que fueron grandes; y si es menester tiempo, si aun las sombras de la
incomprensión disipan la figura del héroe (del hombre según la figura de
Cristo), su amador aparece (el poeta, la mujer), sin embargo; y tanto más
fielmente se unirá a él cuanto mayor sea su tardanza (la mujer a pesar de que
muchas veces no alcanza a ver lo que el varón ve, aun así se entrega a amarlo
sinceramente, teniendo fe en que Dios tiene todo bajo control, esto es parte
del orden de autoridad que Dios estableció).
¡No! Nada se perderá de aquellos que fueron
grandes, porque fue grande por su persona quien se amó a sí mismo; y quien amó
a otro fue grande dándose; pero fue el más grande de todos quien amó a Dios.
SÖREN
KIERKEGAARD del libro Temor y Temblor…
Solo los que
aman a Dios comprenderán…
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